CAPITULO I. El Adiós

Todo empezó el día anterior a mi partida…

Despertaba temprano, despertaba cansado, ya con poco tiempo de tener todo organizado. Mis responsabilidades con mi trabajo anterior habían consumido mi preciado tiempo para no dejar cabos sueltos.

Mientras iba en la carro, evaluando las tareas pendientes, iba aceptando la realidad, iba entendiendo que había asuntos que no podría terminar, que habían personas que estaba dejando atrás, muchas de ellas que no iba a poder decirle adiós.

Erase una vez… pensaba en mi soledad, imaginándome lo que diría en el futuro cuando me remontara en este que es mi presente, que luego sería un punto de mi historia. Erase una vez… cuantas veces he escrito esa frase, cuantas veces los han escrito otros, mas sin embargo nunca pasa de moda y como siempre, lleva tanto sentido y tanto sentimiento.

Bueno, solo faltaba un día, tantas cosas por hacer. Por lo pronto hice lo que como humanos somos, y lo que nos manda lo material, lo egoísta y la supervivencia, resolver los asuntos financieros.

Pero lo más importante quedaba, estar con mi familia, estar con los míos, con los que amaba y comencé a darme cuenta de tantas cosas; una de ellas era lo más obvio: siempre decimos los vemos todos los días, mas y cuando ya no están, o cuando están lejos, entonces, puedes pasar toda una vida viviendo junto a ellos, mas un día sin su respiro, sus pleitos o sus cariños, entonces la cosa cambia, y el alma pesa.

Empecé a pensar en mí pilar, en el regalo más hermoso que cada día estaba más grande, que con una sonrisa me mueve la tierra y hace que mi cara se llene de agua y que mi ser busque fuerzas de donde no encuentre. Hay amor mío, que tan difícil es separarme por unos días de ti…

De momento he frenado, he echado unos cuantos “san antonios”, al importante hijo de su madre que ha frenado de golpe por ver a este cielo de mujer que cruzaba la calle, y entonces pensé en ella, pensé en sus ojos preciosos que aunque a veces nos hemos querido…, no me había marchado y ya sabía que iba a echarla de menos.

Pocas cosas pasaron ese día y demasiadas también, pero cuando se cerró la ultima maleta entonces lo acepte, ya mi partida había sido escrita y nadie podría cambiarla, había llegado el momento por el cual se había trabajado tanto.

Lo que me trae al ahora, cuando estoy sentado en este avión, en un asiento que no me pertenece, pues las dos … encantadoras personas a mi lado me habían quitado mi ventana. Por un momento pensé, gracias a Dios, que estoy dejando atrás todo esto, mas no podía dejar de pensar a los que me habían dicho adiós hace un momento y me llenaron de abrazos y de besos, como olvidar esas palabras: “cuídate mucho por allá, te queremos mucho, nos vemos pronto”, como olvidar las palabras que me darían tanta fuerza en la soledad que se avecinaba.

De repente el amigote me dice: “amigo…desea su asiento”. Claro que afine un poco la frase, para poner este escrito bonito. A lo que le respondí a mi nuevo amigo tatuado, con aretes hasta en los dientes, al cual le faltaba uno de ellos, no con tan buen aliento y vestido con franela…”no te preocupes hermano, da igual, puedo acostumbrarme a todo”.

Y le dije adiós a mi país y un “hasta luego” a los míos, pidiéndole a Dios poder alcanzar la meta en corto tiempo, para acortar el periodo sin todos ellos y tenerlos cerca en un abrir y cerrar de ojos.
Lo curioso es que siempre están conmigo, siempre están ahí, en un abrir y cerrar de ojos.