(Capítulo 4)

Ya en la ciudad, luego de resolver unos asuntos con unos de mis suplidores, decidí dejar el carro parqueado bajo las sombras, al frente del parque “vistillas”. “El Almirante” quedaba solo algunas cuadras, a veinte (20) minutos andando a paso moderado.

Foto por Carlos A. - Zurich

 

Caminaba por la avenida “Principal”. Un niño bien calzado, de pantalones gastados y camisa un poco sucia, sostenía un letrero con la frase “Observa las señales y no pierdas tu norte”. Me acerqué obsequiándole cinco (5) dólares que llevaba sueltos en el bolsillo. El niño seguía sosteniendo el letrero, sin expresión alguna y sin decir media palabra. Continúe hasta el cruce, esperando la luz peatonal. Noté que la calle perpendicular llevaba el nombre “Norte”.

No podía permitirme el pasar por desapercibido la coincidencia entre ambos, sumándose a la rareza que me había pasado en horas de la mañana. Podría parecer una locura, pero de todas maneras me encontraba tomando la calle en la misma dirección que llevaba su nombre y no podía deshacerme de la idea de que andaba pisando las huellas que otros habían marcado y que querían que siguiese - reí por lo bajo.

La calle Norte moría en la calle Cantares, la cual estaba llenas de pequeños mercados, cafeterías y bares bohemios, muy frecuentado por los jóvenes por su vida nocturna. Mientras caminaba un aroma a jazmín perfumaba el ambiente, haciéndose cada vez más intenso, acompañado de una brisa primaveral ya familiar.

Justo en la próxima intersección, en la esquina Oeste, la vi esperando la luz para cruzar. Sus hermosos risos de oro “bailoteaban” con el aire. Era ella la causa de la esencia que perfumaba el ambiente.

Agilicé el paso, llegando a su lado con respiros cortos y acelerados, en ausencia de aliento y de palabras y con un alto riesgo de parecer un acosador novato. Ella giro su rostro, mostrando una sonrisa ligera y elegantemente traviesa.  Una corriente aligeraba mis rodillas ante sus ojos pintados de océano, poniéndonos ausente. Por ese breve momento nada existía, ni la calle, ni los autos, ni las personas que deambulaban alrededor nuestro… nada.

Entre tartamudeos, rompí el silencio:

  • “Qué haces aquí?“
  • “Esperando la luz” – dijo entre sonrisas
  • “Le podría invitarle a un café” – aventuré.
  • “No tomo café y no acostumbro a tomar algo con extraños”
  • “Me llamo Javier. ¿Y el suyo?”

Un silencio incómodo ocupó el espacio entre nosotros, y justo cuando iba a decir cual disparate me estuviese pasando por la cabeza ella, en un tono colmado de reservaciones:

  • “Lorna”
  • “Como ves ya no somos extraños” - Me lancé con una frase de galán novato, que sabía que en mi sonaba estúpida… pero al parecer funcionaba, ya que ella volvía a sonreír mientras sus dedos delgados, delicados, acomodaban su cabello detrás de su oreja.

Nos sentamos en “café Dolce”. El local quedaba a unas cuadras de donde nos habíamos conocido. Habíamos conversado de todo y de nada, con su sonrisa melodiosa y mi elocuencia, todo esto convertía el ambiente, y nuestro encuentro, en ameno y agradable. Las horas pasaban volando, y pasamos de un café casual a botella de vino.

  • “Tú me pones nervioso”
  • “Pues no parece, por cómo te me acercaste. Tu truco de galán y de chico torpe, al mismo tiempo, parece que te funciono, ¿eh? ¿Es tu truco con las mujeres?” – decía mientras arqueaba la frente, y con esa picardía que te hacia tragar en seco.
  • “Lo de torpe me queda muy bien. Desearía tener algo de galán, pero lamento decepcionarte” – manos sudadas, risas que iban de lo nerviosa a lo divertido seguidas de más copas de vino.

 …∞…