(Capítulo 2)

… veinte (20) años atrás …


Era el año noventa y seis (96), con uno de esos veranos calurosos que apenas salías de la ducha te encontrabas secando una mezcla de agua y el nuevo sudor que tus poros “escupían”.

Y aquí íbamos, en un año bisiesto que prometía para muchos, y para otros no tanto. Desde Alanis Morrisette y Oasis dominando con su música, O el Cruise con su “help me help you”, o películas de catástrofe como “Twister” volviéndose tendencia. Un nuevo tipo de disco llamado “DVD” era lo mejor que se había inventado.

 


Así mismo se hablaba de la capa de Ozono se deterioraba y el calentamiento global se volvía noticia. Y al juzgar por esta mañana, parece que tenían algo de razón esos científicos. Pero eso no era lo único que estaba caliente por aquí, ya que como dejar de pensar en lo político, esos cabrones, “ladronazos” de cuello blanco, y a veces de chacabana, que siempre se las ingenian para jodernos un poquito más la vida. Con la caída de los caudillos nacionales de dos (2) de los partidos, uno siendo el profesor, educador, y el otro el gran maestro político y “titiritero” de toda una nación. Estas dos excelencias lograban lo nunca visto, luego de treinta (30) años de conflicto, criterio, fundamentos los mismos unían fuerzas, una alianza táctica para trancarle el paso a la oposición. El pueblo estaba más desorientado que nunca. Era una nueva era para el populismo refinado, presentando un candidato con cierto léxico, elocuencia, finura. Para muchos un demagogo, para otros la salvación. Para mi uno igual que los demás, sólo más joven, conveniente para una continuidad al negocio llamado gobierno y colectar los intereses de un banco llamado pueblo. Públicamente bajo la guía del profesor, pero todos sabían bien que el gran maestro era su verdadero consejero y padrino.  Es que en este país todos los políticos eran iguales, y todos, absolutamente todos, fuesen alumnos o no del gran maestro, no podían ocultar su admiración por él, ese anciano “sordo, ciego y mudo”, como decía el, que siempre se las arreglaba para seguir volviendo y manipulando porque “por sus frutos los conoceréis”. Aquel mismo maestro “diabólico” que crecimos oyendo con frases como “la constitución es un pedazo de papel”, “la corrupción se detiene en la puerta de mi despacho” y utilizando frases y metáforas tan simples, elegantes, a veces hasta poéticas, y con indicaciones tan claras que sus seguidores, desde la familia más poderosa hasta aquel que vivía a las orillas del rio Ozama sabía cuál era su misión por ejecutar.

Me encontraba caminando a temprana hora y ya podía sentirse como esta ola de calor iba arropando a esta ciudad que apenas despertaba.  Una humedad que asfixiaba y “espejismos” turbios que emanaban del asfalto, notables si te detenías a observar. Apuré el paso para llegar a la acostumbrada cafetería, para tomar el “cortadito” mañanero. Ni este infierno de clima me apartaría de degustar de este cálido elixir. Además, el aire acondicionado del lugar me ayudaría a refrescarme un poco, y hasta tal vez evitar regresar al apartamento a darme un segundo duchazo.

  • “Buenas. Un cortadito porfa”
  • “Buen día. ¿Algo más? “
  • “Tienes croissant de queso?”
  • “Acabaditos de hacer”
  • “Pues dale, dame uno. ¿Cuánto es?”


El reloj marcaba las siete y cuarenta (7:40am), y otros clientes empezaban a entrar. Algunos jóvenes uniformados que iban al colegio que quedaba al doblar la esquina. Algunos para comprar algo, otros para acompañar a sus amistades y así aprovechaban. La cafetería aromada por pan nuevo y a un aroma a tierra, tostado, acaramelado que podría decirse que hasta llegaba a energizarte, cobraba nueva vida con las tertulias de los estudiantes, los padres que buscaban su desayuno antes de empezar sus labores y entregarse al “tapón” de las mañanas, el cual era rutinario, pero al mismo tiempo podría agotar la paciencia de cualquier monje de monasterio. La ciudad había crecido mucho, muy rápido y con poca organización y un deficiente transporte público. Así que sorpresa no era de ser los congestionamientos, especialmente en las “horas pico”, y como una de sus consecuencias era la irritación y el enojo, que con esta ola de calor solo podría dar como producto una “bomba de tiempo” para el humor de todos los que se aventuraban allá afuera.  

  • “Esta que pita allá afuera, eh?”
  • “Así mismo es. Dan ganas de quedarse aquí adentro, con el olorcito a pan fresco y este “fri-ito” del aire” – respondí mientras recibía lo que había ordenado. 


El joven empleado, sonrió de manera cordial, dando por terminado nuestra corta conversación improvisada, cambiando su enfoque a un nuevo cliente. Me senté en una de las mesas de la cafetería a contemplar los que entraban, los que ya salían, en los que reían, en los que hablaban y en los que no. De una manera “erróneamente natural” mis pensamientos fueron tornándose más egoístas adentrándome más en mis asuntos…

Me encontraba en lo que algunos le llaman “el pico”, la cúspide. Otros me decían “el suertudo”, y a veces al decirlo podría sentirles su poquito de envidia en el veneno que arropan sus comentarios adornados con humor… si es que podría llamarse así, pues poca gracia me causaban.

Yo en cambio prefiero etiquetarlo como: “trabajando como un burro”. Muchas deudas después, muchas noches sin dormir, y hasta algunos meses sin un centavo para pagar la renta. Y ahora, muchas estaciones ya pasadas, con la mayor disciplina y empeño, puedo decir que al restaurante le iba muy bien y a mis treinta y seis (36) años podía disfrutar de un éxito bien merecido. Estos últimos cinco (5) años habían sido increíbles para el negocio. Y es que ampliábamos nuestro alcance abriendo nuestro primer (1er) local en el extranjero, en una zona de Miami, en Estados Unidos que decían que prometía:

“Coconut Grove”. Teníamos una clientela estupenda, criticas que nos colocan en el “top cinco (5)” de los restaurantes de la zona, y de vez en cuando teníamos personas de la farándula local haciendo sus reservaciones. En los últimos meses habíamos sido nombrados en dos (2) periódicos y ya estaba en agenda la entrevista que sería publicada en la revista “OLA” como parte de una serie de artículos bajo el título de “Empresarios Exitosos antes de sus cuarenta (40)”.

Así que éxito, pues sí. Amigos, pues muy pocos. Si es como decía mi viejo que mejor solo que mal acompañado. Asociaciones con amistades que terminaron mal, supuestos amigos pidiendo favores ahora que me encontraba en buena posición pero que ni se asomaron a ver como estaba cuando no tenía ni un peso, exnovias y “amiguitas” que de repente recordaban mi número, familiares lejanos que de repente aparecían: primos, tíos terceros, amigos del tío del abuelo de un bisabuelo que ni conocía… pendejos y pendejas cada uno de todos ellos.

Mamá, cada vez que hablamos se las ingenia para acabar en el mismo tema:

  • “¿Cuándo vas a sentar cabeza, mijo? Y buscarte una mujer que te quiera, como aquella chica… ¿Cómo era que se llamaba?”
  • “Que se llama, mamá. Que yo sepa, no se ha muerto”
  • “Ha, pues has sabido de ella”
  • “No”
  • “Entonces, como sabes?”

Y por ahí se iba la cosa… Pero creo que la insistencia de mamá estaba dando sus resultados. A lo mejor y hasta tenía razón. Puede que los negocios y lo personal no van bien de la mano, como dicen por ahí. Podría ser que no podía permitirme distracciones, ni antes cuando ideaba el concepto del restaurante, ni ahora que todo iba tan bien. Podría ser todas las previas experiencias amorosas que terminaron en fracaso, algunas en peleas y portazos y en que si nos vemos por ahí ni nos conocemos. O las tantas supuestas amistades repentinas e interesadas que actualmente rondaban siempre terminando en “que te parece esta idea”, “invertimos juntos en esto”, “Que bien te ves, hace tiempo que no nos veíamos, te parece si”, “puedes prestarme” … y por ahí se iba la cosa.

Unos colegiales uniformados sentados en la mesa próxima me trajeron memorias de aquellas tertulias antes de izar la bandera nacional en el colegio de curas, corriendo a las filas a esperar al segundo (2da) timbrazo que indicaba la entrada a las aulas. Las chicas arreglándose el lazo en el cuello de la blusa, mientras nosotros peleábamos con las corbatas; algunos la tenían fácil ya que tenían las que eran fabricadas y era solo colocarse con un gancho, otros como yo nos gustaban a lo tradicional, corbatas reales, haciéndoles el nudo como nuestros viejos o viejas, nos habían enseñado. Recordé a papá una de esas mañanas antes de ir al banco, frente al espejo arreglando una corbata negra con detalles blancos. Tomo varios intentos, varios enojos por su temperamento, el tono diplomático de mama, las burlas de mi hermana y un final de risas y un sentimiento de misión cumplida. Una hazaña y habilidad que sería de utilidad por todos los años por venir, empezando por el “cole”. Ese día yo estuve justo a tiempo en el colegio y ellos creo que llegaron un poco tarde a sus labores, de todas maneras, fue uno de los buenos. así pues, la molestia no era tanto el lazo o la corbata, mas que el simple hecho de que teníamos que usarlos en el constante calor que nos acompañaba durante todo el año escolar, y todas las temporadas, ya que, en este punto del globo terrestre, “colocado en el mismo trayecto del sol”  solo conocíamos dos (2) estaciones: los meses calurosos y los meses insoportablemente calurosos, excelentes para la playa; irritables para aquellos que llevan corbatas en aulas sin aire acondicionado.

Mi pensar cambiaba de una memoria a otra mientas los vi a ellos, juntos, recibiendo un café de las manos del mismo joven que hace unos minutos me había atendido. Pensé en “aquella chica”, aquella que estuvo antes de empezar “El Almirante”, mi restaurante. Aquella que escuchaba mis ideas, y que estuvo en esos tiempos difíciles, y siempre buscaba la manera de hacerme reír, con su mirada, sus labios, su ceja izquierda arqueada acompaña de una mueca tonta. Aquella que dejé ir, sin recordar bien el porqué de la discusión, pero sí que fui el causante de la misma, como de muchas otras. Yo sin poder perder mi enfoque, y ella con sus deseos de continuar sus estudios fuera. Así que hice lo lógico, el “boicoteo” de esta operación amorosa que no era parte del plan. Si no era parte del plan, entonces ¿por qué dejarme ir por sus recuerdos, dejando que mi “cortadito” enfriase?

Una sonrisa cínica dibujo mi sentir en mi cara, seguido de un sorbo de mi café ya entibiado. Pensé un poco más en ella. Uno de los jóvenes de la mesa del frente se paró de rápido golpeando la silla vacía que me acompañaba. El ruido del tropiezo me trajo nuevamente a la realidad.

  • “Perdona” – me decía el joven de cabello crespo, de tez bronceada, mientras reía y su mirada iba compartida entre la silla que trataba de arreglar y a sus compañeros que se encontraban detrás.
  • “Bueno, empezare por comprarme un perro ya que ni mienten, ni joden, ni hablan… que te parece?” – musite, ignorando por un momento al muchacho, mientras me burlaba de mi madre presente en mi pensar.
  • “Qué dice?” – el joven ahora arrugaba su frente, apuntando sus palmas al techo y movía los hombros. Un lenguaje corporal que implicaba asombro, confusión, pregunta y la conclusión de que se había topado con un “perturbado”.
  • “Eh… nada… que no hay problema, que no te preocupes”
  • “O…ka…y…” – arrastro y medio canto la palabra, con reservación y burla sincronizada, y continuo “bueno, disculpa nuevamente” – y se alejó con sus amigos continuando con su risa grupal, sin una razón sino la de reírse y llamar la atención probablemente de las colegialas que se encontraban dentro de la cafetería.

Me pare de súbito al mirar el reloj. Ya era tarde, y me esperaban en el restaurante. La certeza de que me agarraría el “tapón”, los policías de tránsito en las intersecciones dirigiendo sin importar que los semáforos estuviesen funcionando, y así causando mayores retrasos, los mendigos, los vendedores de chucherías, los que te limpiaban el vidrio del carro con agua sucia durante el paro en las intersecciones, y todo lo demás me fueron cambiando el humor que el buen sabor de ese “cafecito” y buen pan en forma de media luna habían provocado en mí.

Al salir el sol golpeo, el calor remato y el segundo timbrazo concluía. Ya no quedaban estudiantes en los alrededores. Con cierta distracción empecé mi andar en dirección opuesta de como llegué a la cafetería al mismo tiempo que buscaba las llaves en el pantalón. Al girar la esquina choque de hombros con una joven, causando que levantara mi vista:

  • “Disculpa, andaba distraído”

La joven mujer continuo su paso, mientras decía con un tono calmado, sublime, melodioso: 

  • “Descuida, no importa”

Al pasar un aroma a jazmín me asalto haciéndome girar hacia ella, la cual ya había doblado la esquina como si fuera rumbo a la misma cafetería de al cual yo había salido. Quise decir algo, quise regresarme, pero sentí el “beeper” enganchado en mi cinturón que vibraba por tercera vez desde que había llegado y noté que era el mismo número del restaurante en pantalla. Cruce la calle, ahora menos congestionada ya que los estudiantes estaban ya en clases, y la manada de carros se habían movido a las avenidas principales ahora que los padres estaban rumbo a sus lugares de trabajo. Al montarme en el carro, baje el vidrio para mirar una vez más a la acera, demorando mi partida, con la ilusión de que la mujer de agradable perfume volviese, mas no fue así.

“Ray-Ban” negros puestos, carro en marcha y las manecillas indicando las ocho y diez de la mañana (8:10am). Un poco de sudor que se asomaba en mi frente y la certeza de que perdería una hora en el trayecto planto un fruncido que duro todo el camino.

… ∞ …