(Capítulo 6)
“Estaba dentro y fuera. Simultáneamente atraído y repelido por la inagotable diversidad de la vida”
“No podíamos vernos. Sin embargo, nos hemos estado queriendo todo el tiempo”
EL Gran Gatsby por F. Scott Fitzgerald
Despertaba nuevamente en la estación, de este sueño de realidades vividas de algo que pensaba olvidado. Todo este lugar, en su oscuridad, suciedad, desorden y desolación empezaba a tomar color ante mis ojos.
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Foto por Carlos A. - Budapest
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Me encontraba en la estación solo, y mientras miraba el letrero, ya no podía discernir si habían pasado veinte (20) minutos, o dos (2) minutos u horas. Todo tan surrealista, y mi entorno me hacía sentir cada vez más nervioso. Escuchaba personas hablar en diferentes idiomas, diferentes tonos, algunos parecían que discutían, mientras otros, aquellos que podían entenderles, hablaban de cosas banales.
Con una descortesía aparente, dando arañazos que rosaban en lo violento y neurótico, mis dedos navegaban mi pelo como si quisiera arrancarlo con todo y cuero cabelludo. Estaba claro que me había vuelto loco, llevándome a una desesperación incontrolable que concluía en un grito ensordecedor que rebotó en todos los rincones del lugar. Las voces cesaron, la estación callaba y las miradas invisibles clavadas en mí. Mi pestañeo iba de ritmo lento al acelerado mientras giraba en mi propio eje, y una sonrisa sardónica se pintaba en mi cara. Sentía como mi estómago se removía y mis rodillas se debilitaban aún más. Una sensación de frío y calor me arropaba la piel y las gotas frías de sudor acariciaban mi frente. Nunca había sentido tanto miedo.
Las escaleras que daban hacia el piso inferior se alumbraron. La idea de que todo esto fuese algún tipo de alucinación comenzó a aflorar en mi cabeza. Empezaba a cuestionarme si realmente me encontraba en una estación de tren, o de la fuente de esta luz que mágicamente aparecía en un lugar que insinuaba que había un problema eléctrico de algún tipo ya que ningunas de las lámparas de techo, colgantes, faroles, letreros eléctricos, pantallas y demás se encontraba encendidas. Miré una vez más a ese letrero en la boletería que me había mentido, siendo estos minutos una eternidad, y empecé andar hacia las escaleras alumbradas, como polilla atraída y distraída. Después de tanto tiempo en la oscuridad, esa luz parecía droga que consumía mis neuronas y me causaba una euforia engañosa.
…∞…
Al llegar al primer escalón una voz casi angelical perfumó el lugar, con un calor subliminal que venía acompañado de un aroma a jazmín.
Mi cuerpo sucumbió. El cuerpo aligerado, y mis pensamientos entre nubes y cordura, jugaban, se ordenaban y se perdían nuevamente. Aproveche uno de los momentos de lucidez, respondiendo:
- “Eso mismo me he estado preguntando. Y tú, ¿cómo llegaste aquí?”
La voz venía de una niña de hermosa cabellera, rizos de oro que cubrían su cara inclinada, como si su mirada apuntaba al suelo. Su vestido de blanco impecable, de esos que se visten durante la “primera (1era) comunión”, o en ocasiones formales similares, de seda rústico con cuerpo de jaretas y encaje, con un bordado en las mangas que le llegaban hasta los codos y un fajín con el detalle de un lazo. Por el contrario de su vestido, sus zapatillas negras estaban cubiertas de lodo. Dada su apariencia y tono de voz parecía que estaba entre los diez (10) y doce (12) años. Todo carecía de sentido, pues sentía como si la conociese, y al mismo tiempo como si mi voz muda buscada entre un laberinto cubierto de una fina neblina y si mis pies que caminaban sin avanzar, por su nombre.
- “Sabes quién soy, sabes lo que hago aquí. Di mi nombre, eso te ayudará”.
Todo empezaba a dar vueltas. Estaba convencido de mi locura, ya que ni este lugar, ni la niña, ni yo, ni nada hacía sentido. Esto tenía que ser un sueño, o una pesadilla, o una alucinación.
- “Di mi nombre” – repetía
- “No, no lo sé, ¡dime quién eres! ¡Dime qué es lo que pasa!”
Mientras replicaba, la niña denotaba un sollozo calmado, de esas tristezas que vienen de una espera que se ha vuelto eterna. Me acerque y coloque parte de sus rizos detrás de su oreja y tome su barbilla lo más delicado que pude para levantar su mirada. Estaba helada, como río congelado en invierno. Al descubrir y levantar su rostro me encontraba con una faz en blanco… sin ojos, sin labios, sin nariz… sin nada.
El impacto me hizo retroceder, tropezándome y girando, cayendo de “bruces” contra el suelo.
- “Qué CARAJO pasa aquí? ¡¡¡¿Quién eres?!!!
El lugar se iluminaba, la estación cobraba vida y las voces regresaban, pero ahora podía ver las personas andar. La niña sin rostro toco mi mano y dijo:
- “Has durado mucho tiempo así, solo di mi nombre y abre los ojos”
Entonces musite:
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Foto por Carlos A.
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… FIN …