Acabo de cumplir mis setenta. Estos años que han decorado mi cabellera de plata… solo eso; es que voy de bajada y ahora es que me entero, con los días ahora tan largos para estos restos de hombre que está acostumbrado a cantar con el gallo a tempranas horas. Ya he visto las noticas, he tomado el café y he dado unos cuantos pasos que me han robado el aire, de momento. Y ahora? Con qué “mataré” el tiempo? En qué me entretengo en lo que da la hora?



Y así se fue la mañana. Aquí me encuentro bajo la sombrita de este árbol de hojas verdes y raíces enormes que rompen la tierra. Y es que ahora que lo pienso este árbol es tan viejo como yo. Sentado en este banco recuerdo ver a mis hijos jugar en este mismo parque. Me voy con el viento y siento una manita que toca suavemente la superficie arrugada de mis nudillos trayéndome de vuelta:

-    “hola papa, bendición” – noté cierta inquietud, tal vez curiosidad, en la voz del pequeño.

-    “hola mijo” – Le beso la frente y me quedo atento, esperando las ocurrencias de mi nieto.

-    “Sabes” – Sus ojos se encontraron con el árbol y se quedaron enfocados en esas raíces que hace unos vientos atrás me cautivaban a mí. – “Le he dado corazoncitos a todas mis amiguitas de la clase”.

-    “En el colegio? Hoy?”

-    “Sí, mami me ayudo hacerlos”.

Continuaba su historia relatando que de entre todas había una niña. De la cual el esperaba, al parecer, una reacción diferente. Su carita mostraba una angustia genuina.

-    “Y no te dijo nada?” – investigué un poco más.

-    “Gracias” – sus manos se guarecieron en sus bolsillos.

-    “Sólo eso, eh?”

Pausé por un momento guiándole con mi brazo, indicándole que se sentase junto a mí. Le tomé de la barbilla y levanté su mirada, logrando que se encontrara con una mueca graciosa de este viejo arrugado. Gané una sonrisa y aproveché para continuar nuestra conversación:

-    “Por qué le diste una corazón a todas?”

-    “Oh! Porque todas son mis amigas”

-    “Entonces, por qué ella es diferente?”

El rostro del chico se enrojecía mientras se encogía de hombros. Sus ojos recorrieron el parque. Hace tantas primaveras que, sin palabras, alguien me mostraba lo que sentía de una manera tan transparente, simple. En este momento, más que nunca, quise ser un niño nuevamente. No sé como pero nos contagiamos del “sin sentido” y las carcajadas de ambos llamó la atención de terceros.

Al calmarnos le dije:

-    Solo cuando estés listo lo que debes hacer es una atención. No tiene que ser algo grande, solo alguito que le haga sentir especial. Así, tal vez, ella lo note. Como tal vez solo recibirás unas “gracias”. Lo importante es que intestaste hacerle saber lo que sientes.

Mi nieto se encontraba atento a mis palabras y luego que vino el silencio breve le rompió:

-    “debí darle un corazoncito de un color distinto”.

Y así regresaron las carcajadas.



Reímos un poco más y durante nuestro camino a casa entablamos conversaciones de miradas y risas mientras saltábamos las grietas y líneas de la acera. Me sentí niño nuevamente y curiosamente el aire no me faltaba. Llegamos a la puerta de la casa de sus padres y mi nieto me tomó de la mano.

-    “Papa, se me había olvidado. Feliz cumple” – fue un gran abrazo el que vino después.

Abrimos la puerta para recibir una lluvia de voces al unísono:

-    “FELICIDADES!!!”

-    “Sin vergüenza!” – frote la cabeza del pequeño travieso.





“Acabo de cumplir mis setenta y como deseo que el día nunca termine”.