Baja el telón, amplio y rojizo; cubriendo el escenario de tan prestigioso teatro de toque colonial, situado en una de las ciudades más antiguas de las Américas.
Baja el telón al finalizar la obra, y para ese actor que ya no está para juegos; golpeado por los años que no le perdonan, sin más “vientos” que seguir perdiendo.
Baja el telón y al compás baja su rostro… finalmente lo entiende… toda causa tiene su efecto; que las acciones se aparean con las reacciones.
Sube un telón revelador y sin censuras. Y con él vienen aplausos de muchos, el silencio de otros cuantos, adornados con miradas acres indicando desaprobación; y alguno que otro insolente con intensión hiriente.
Sube un telón que dice mucho, con luces brillantes que alumbraban el escenario hace unos instantes, ahora cambian su tono, “apaciguadas”; dejando libres los ojos del actor para que contemple a su público.
Siguen los aplausos, recibidos por el elenco que hacen reverencias - una, dos y tres veces - para agradecer a sus espectadores. El actor piensa en su trayecto a casa, el cual caminará lento bajo la tenue luz de una media luna que acompaña la noche, confesándole lo asustado que está de su último adiós.
Y este adiós que le introduce un futuro incierto en el que será recordado u omitido. Aterrado de la idea de caer en el olvido.
En sus años de experiencia en el arte de entretener a otros les comenta sus anécdotas al viento y al cielo estrellado mientras continua su andar dejando atrás al teatro, y sus palabras llenas de una dulzura encantadora, con una melancolía de sutil nota.
Baja el telón para este actor acabado, ya sin escenarios. Una ciudad ya en calma, ya dormida y con una luz de ventana más que se apaga.